Buenos Aires. Una joven emigrante española, un italiano en busca de fortuna, un marinero de origen alemán..., un baile que emborracha, el brillo del metal de un cuchillo y la sangre al fin.
Bella y fantasmal, en una milonga de alguna ciudad de Europa, una mujer seduce con su baile a un hombre para luego desaparecer dejando un rastro que conduce a Buenos Aires y al pasado, a una historia pasional que sucede en torno a 1920. Son los tiempos en los que el tango ponía música a la vida de la ciudad.
Entonces se borró el mundo. Cuando ella apoyó esa mano fría en mi hombro y yo sentí su cuerpo pegado al mío, desapareció todo: el bullicio, las cara sudorosas, el olor de cien jabones y perfumes baratos, la presencia de todo lo que seguía allí pero no estaba. Solo quedó la música y su cuerpo. El tango, ella y yo.
Bailaba como una diosa. Era como estar amarrado a un barrilete movido por el viento de la tarde, como volar sobre campos y ríos en un mundo en donde el tiempo hubiera desaparecido. Tendría que haberme muerto en aquel momento porque yo sabía que la vida no volvería a traerme nada igual. Ella me habría cerrado los ojos con su mano blanca y yo habría sido feliz para siempre.
Pero no me morí. Terminó la pieza, nos aplaudieron, y me arranqué de su cuerpo con un tirón que me dolió como una puñalada.