lunes, 26 de marzo de 2012

El sueño del bebé sin lágrimas / Elizabeth Pantley

Pantley, E. El sueño del bebé sin lágrimas. Médici, 2009

¿Se pasan las noches en velas y los días resistiéndose a multitud de consejos crueles que afirman que "hay que dejar que el bebé llore hasta que se duerma"? Este manual les enseñará que es posible ayudar a su hijo a conciliar el sueño con tranquilidad y a quedarse así toda la noche. Hasta ahora, sólo había dos maneras de superar las noches en vela: o bien dejar que el bebé llorara hasta dormirse de agotamiento o bien convertirse en un martir privado de sueño y pasar el día adormilado. Por fin, contamos con una tercera manera práctica y efectiva, gracias a Elizabeth Pantley, educadora de padres y madre de cuatro hijos. Su programa en diez pasos le guiará durante todo el proceso para darles a conocer las pautas de sueño de los bebés y ayudarles a marcarse objetivos realistas; enseñarles a analizar, a valorar y a mejorar los patrones de sueño de su bebé mediante registros de sueño; ofrecerles toda una serie de soluciones para dormir que encajan con todos los estilos educativos; crear un plan de sueño sin lágrimas personalizado y efectivo para usted y para su bebé.


Si su bebé no se acerca a las horas de sueño de la tabla, es posible que sufra de cansancio crónico, lo que afectará a la calidad y a la duración de las siestas diarias y del sueño nocturno. Es posible que el bebé no parezca cansado, porque los bebés demasiado cansados no siempre actúan como tales, o no al menos de la manera que esperamos. Suelen mostrarse dependientes, hiperactivos, irritables o llorosos. También pueden resistirse a dormir, porque no entienden que eso es precisamente lo que necesitan.

Los cambios exigen esfuerzo y el esfuerzo exige energia [...] cuando el bebé se despierta por quinta vez una misma noche y estoy desesperada por poder dormir, me es mucho más sencillo recurrir a lo más fácil para que vuelva a dormirse que intentar algo diferente.[...] Si quiere ayudar a su bebé a dormir toda la noche, tendrá que obligarse a seguir el plan, incluso en plena noche, incluso aunque el bebé la reclame por décima vez.

Rosa Cándida / Audur Ava Olafsdóttir

Ólafsdóttir, Audur Aba. Rosa candida. Marid : Alfaguara, 2012

El joven Arnljótur decide abandonar su casa, a su hermano gemelo autista, a su padre octogenario y los paisajes crepusculares de montañas de lava cubiertas de líquenes. Su madre acaba de tener un accidente y, al borde de la muerte, aún reúne fuerzas para llamarle y darle unos últimos consejos. Un fuerte lazo les une: el invernadero donde ella cultivaba una extraña variedad de rosa: la rosa candida, de ocho pétalos y sin espinas. Fue allí donde una noche, imprevisiblemente, Arnljótur amó a Anna, una amiga de un amigo.

En un país cercano, en un antiguo monasterio, existe una rosaleda legendaria. De camino hacia ese destino, Arnljótur está, sin saberlo, iniciando un viaje en busca de sí mismo, y del amor perdido.

Mientras probaba a llevar en brazos al bebé, la madre de mi hjija me observaba con detenimiento. El gesto de su propio rostro podía indicar que tenía deseos de llorar, o bien de desaparecer de allí y dejarme solo con la niña. Fui yo quien se echó a llorar al final, y no la madre. Ella me miró asombrada, lo mismo sucedió a la comadrona y a la residente. "Cuando tienes un hijo, no digamos cuando es el primer hijo, los sentimientos pueden estallar", explica la matrona. Lo dijo con estas palabras, habló de los sentimientos que pueden estallar.

Por muy padre que sea, no tengo ni idea de qué es lo mejor para un bebé, ni siquiera sé qué es lo mejor para mí. Puede decirse que he acabado teniendo un hijo antes de empezar siquiera a plantearme si tendría hijos alguna vez.

Aunque resulte un poco enredoso tener que ir a todas partes con un coche de bebé, he de reconocer que es estupendo poder meter todas las compras en la cestita y a los pies de la niña.



miércoles, 14 de marzo de 2012

Dos cuentos de Miguel Delibes

Delibes, Miguel. Dos cuentos de Miguel Delibes. Valladolid: Junta de Castilla y León: Fundación Miguel Delibes, 2011

Dos cuentos de Miguel Delibes: El conejo y El cuco. Uno está tomado de La mortaja y otro de Tres pájaros de cuenta.
En El conejo, el herrador da un conejo a Juan y a su hermano pequeño Adolfo, con la promesa de que sabrán cuidarle, pero… En El cuco es el mismo Miguel Delibes quien narra y explica cómo actúa el cuco y cuenta dos experiencias que presenció: sobre un cuco que gorroneaba en un nido de petirrojos y sobre otro que lo hacía en uno de verderones.
Son relatos que hablan, con el lenguaje preciso del autor, del aprendizaje de niños de ciudad en el campo, el primero, y de las tensiones que se dan en la naturaleza, el segundo. A quien ya conozca a Delibes no es necesario advertirle de que son historias realistas y nada blandas.

En un principio el conejo mostraba alguna desconfianza, pero tan pronto advirtió que los pequeños se aproximaban para llevarle alimentos se ponía de manos para recibir las hojas de berza y aún las comía delante de ellos. Ya no lo temblaban los costados si los niños lo cogían, y le gustaba agazaparse al sol, en un rincón, cuando Juan lo sacaba de la cueva para airearse.
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Pero lo verdaderamente característico del cuco es su incapacidad para incubar y nutrir a sus crías, quizá porque su puesta es tan numeros -ocho o doce huevos- y el apetito de la prole tan voraz que una pareja por sí sola no bastaría para alimentarla. El cuco no se toma, pues, el trabajo ni de costruir su casa. Llegado el momnto de la postura, observa en derredor a los pajaritos que se afanan en hacer sus nidos y, una vez concluida la obra, y aovados éstos, el cuco empieza a repartir sus huevos entre ellos, mezclándolos con los otros, aprovechando la ausencia de los padres.

sábado, 10 de marzo de 2012

Amor perdurable / Ian McEwan

McEwan, Ian. Amor perdurable.-- Barcelona: Anagrama, 1998

Joe y Clarissa son una pareja feliz. Él se dedica a escribir sobre temas científicos, tras haber abandonado la investigación; ella es una profesora de literatura inglesa que regresa a Inglaterra tras un breve período de investigación en Harvard. Joe ha ido a esperarla al aeropuerto, y desde allí han marchado directamente a los verdes prados de las colinas de Chiltern, a un delicioso almuerzo campestre que aúna los refinados placeres del vino francés, la naturaleza y el reencuentro amoroso. Pero en medio de aquel sensato, civilizado paraíso, y casi sin que ellos se den cuenta, se introducirá una serpiente, inesperada e inocente, pero no por ello menos terrible. Los tripulantes de un globo, un anciano y su nieto, se ven en serias dificultades. El aerostato, incontrolado, sube en el aire con el niño dentro, y Joe y otros hombres presentes en el lugar corren a socorrerlo. Todo es cuestión de segundos, y en aquel extraño nudo de encuentros urdido por el destino, el muy racional Joe conoce a Jed Parry, un fanático religioso, un «Jesus freak» que se enamorará obsesiva e implacablemente del cada vez más horrorizado Joe... Ian McEwan, con una sutil ironía y su peculiar gusto por la comicidad más ominosa, urde una ambigua fábula moral, un thriller apasionante acerca de la naturaleza misma del amor, y su localización en la encrucijada entre la racionalidad y la locura.

Debo declarar algo. Quizá hubo un vago objetivo común, pero no llegamos a actuar en equipo. No tuvimos oportunidad, ni tiempo. Coincidencias de momento, lugar y la predisposición a ayudar nos habían reunido bajo el globo. Nadie estaba al mano, o todos lo estábamos y gritábamos a la vez. Al piloto, con la cara colorada, desgañitando y sudoroso, no le hacíamos caso. Exudaba incompetencia como si fuese calor. Pero nosotros también intercambiábamos instrucciones a gritos. Estoy convencido de que si hubiese mandado yo, la tragedia no habría ocurrido. Después oí que otros decían los mismo, refiriéndose a sí mismos. Pero no hubo tiempo ni ocasión de mostrar firmeza de carácter. Cualquier dirigente, cualquier plan sólido habría sido preferible a ninguno. Los antropólogos no han observado ninguna sociedad humana, desde el cazador-recolector al hombre postindustrial, en la que no haya habido dirigentes y dirigidos; y jamás se ha abordado ninguna emergencia de manera eficaz sin un proceso democrático.
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Quizá me encontrara mejor en la Biblioteca Wellcome. Aquí la selección de ciencias era irrisoria. Parecían dar por sentado que el mundo podía entenderse suficientemente a través de ficciones, historias y biografías. ¿Realmente creían los analfabetos científicos que dirigían aquel lugar y que se atrevían a llamarse personas cultas, que la literatura era el mayor logro intelectual de nuestra civilización?
Esta perorata interior quizá durase unos minutos. Perdido en ella, era como si yo no existiese [...] No era, por supuesto, una tabla chirriante del entarimado ni la dirección de la biblioteca lo que me molestaba, sino mi situación emocional, el estado mental y visceral que aún tenía que comprender.