lunes, 30 de noviembre de 2009

Los peces de la amargura / Fernando Aramburu

Los peces de la amargura / Fernando Aramburu. -- Barcelona : Tusquets, 2006.

Es difícil empezar a leer las historias en principio modestas, de una engañosa sencillez de Los peces de la amargura, y no sentirse conmovido, sacudido –a veces, indignado– por la verdad humana con que están hechas, una materia extremadamente dolorosa para tantas y tantas víctimas del crimen basado en la excusa política, pero que sólo un narrador excepcional como Aramburu logra contar de manera verídica y creíble. Un padre se aferra a sus rutinas y aficiones, como cuidar los peces, para sobrellevar el trastorno de una hija hospitalizada e inválida; un matrimonio acaba fastidiado por el hostigamiento de los fanáticos contra un vecino y esperan que éste se decida a marcharse; un joven recuerda a su compañero de juegos, que luego lo será de atentados; un hombre hace todo lo posible para que no lo señalen, y vive aterrado porque todos le dan la espalda; una mujer decide irse con sus hijos sin entender por qué la acosan. A manera de crónicas o reportajes, de testimonios en primera persona, de cartas o relatos contados a los hijos, Los peces de la amargura recoge fragmentos de vidas en las que, sin dramatismo aparente, sólo asoma la emoción –a la par que el homenaje o la denuncia– de manera indirecta o inesperada, es decir de la manera más eficaz.

Nada más darse cuenta de quién llegaba, las cuatro mujeres que en aquel instante se encontraban en la carniceria enmudecieron. La muchacha saludó sin inmutarse. No hubo respuesta.
Un silencio tenso quedó flotando en el aire donde hasta poco antes había habido un revuelo de risas y voces de señoras que hablaban todas al mismo tiempo. La que tenía la vez hizo su pedido en tono cortante. La dueña partió con entrecejo fruncido varios trozos de una caña de vaca que reposaba sobre la tabla de cortar. Había una rotundidad de enfado en los hachazos. La hija de Zubillaga espero su turno junto a un extremo del mostrador. Llegaron mientras tanto dos señoras. Una de ellas preguntó quien estaba la última. La muchacha respondió con forzada naturalidad. La otra hizo como que no se enteraba.
Cuando llegó el turno de la hija de Zubillaga, la carnicera dirigió la palabra a una de las señoras que había venido más tarde que la muchacha. Ésta dijo con suavidad que le tocaba a ella. La carnicera siguió hablando con la otra. ¿Qué te pongo? La hija de Zubillaga se arrimó sin titubeos al centro del mostrador. Doscientos gramos de jamón serrano. Lo tuvo que repetir. No me queda, respondió con sequedad la carnicera. La hija de Zubillaga señaló con el dedo la pieza de jamón colocada sobre la repisa de mármol cuajada de fiambres. Doscientos gramos de ése, por favor. La carnicera se dignó mirarla a la cara por vez primera. Una mueca de desprecio torcía su boca cuando dijo: Yo no vendo a los enemigos de Euskal Herria.

jueves, 26 de noviembre de 2009

La soledad de los números primos / Paolo Giordano

Giordano, Paolo / La soledad de los números primos.- Barcelona: Salamandra, 2009

Con tan sólo veintiséis años, Paolo Giordano se ha convertido en el fenómeno editorial más relevante de los últimos tiempos en Italia. La soledad de los números primos, primera novela de este licenciado en Física Teórica, ha sido galardonada con el Premio Strega 2008 —el más importante de Italia— y ha conseguido un éxito sin precedentes para un autor novel: más de un millón de ejemplares vendidos. Asimismo, ha despertado un gran interés internacional y será traducida a veintitrés idiomas.
Existen entre los números primos algunos aún más especiales. Son aquellos que los matemáticos llaman primos gemelos, pues entre ellos se interpone siempre un número par. Así, números como el 11 y el 13, el 17 y el 19, o el 41 y el 43, permanecen próximos, pero sin llegar a tocarse nunca. Esta verdad matemática es la hermosa metáfora que el autor ha escogido para narrar la conmovedora historia de Alice y Mattia, dos seres cuyas vidas han quedado condicionadas por las consecuencias irreversibles de sendos episodios ocurridos en su niñez. Desde la adolescencia hasta bien entrada la edad adulta, y pese a la fuerte atracción que indudablemente los une, la vida erigirá entre ellos barreras invisibles que pondrán a prueba la solidez de su relación. La sutileza de los rasgos psicológicos de los personajes, así como la hondura y complejidad de una historia que suscita en los lectores las reacciones más variadas, resaltan la admirable madurez literaria de este joven autor a la hora de asomarse, nada más y nada menos, a la esencia de la soledad.

Iban sentados cada uno en un extremo del asiento. Mattia miraba cómo cambiaban los números del taxímetro; cómo, apagándose y encendiéndose, los segmentos rojos componían las distintas cifras.
Ella iba pensando en el ridículo espacio de soledad que los separaba y armándose de valor para ocuparlo. Su apartamento quedaba a un par de manzanas, y el tiempo, como la calle, pasaba deprisa; no solamente el tiempo de aquella noche, sino el tiempo de lo posible, el tiempo de sus treinta y cinco años incompletos. El último año, desde que rompiera con Martín, venía sintiéndose más y más extraña a aquel lugar, padeciendo más aquel frío que secaba la piel y que ni siquiera en verano remitía del todo. Pero tampoco se decidía a marcharse, porque a esas alturas dependía de aquel mundo, se había atado a él con la obstinación con que uno se ata a las cosas que lo perjudican.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Cosmofobia / Lucía Etxebarría

Etxebarría, Lucía / Cosmofobia. - Barcelona: Booket, 2008

De la mano de varios personajes que se entrecruzan a lo laro de toda la obra, con una prosa más depurada que nunca, Lucía Etxebarría tranza amores y destinos entre los habitante de uno de los barrios más representativos de Madrid, Lavapiés. La autora dibuja un fresco sobre la inmigración, la pluralidad étnica y la lucha diaria, entre la modernidad y la miseria, por salir adelante.


... Ismael sabe que los sentimientos que más duelen son los más absurdos. El ansia de cosas imposibles, la nostalgia de lo que nunca ha existido, el deseo de lo que podría haber sido, la envidia de los otros, el abismo que se abre entre la realidad y el deseo, entre la voluntad y la evidencia.

[...]

Resultaba triste admitirlo, zanjar así lo que había vivido como el amor de su vida, pero más triste habría resultado no darse cuenta y pasarse toda la vida añorando una equivocación como aquella. Porque la cabeza trama sus intrincadas redes y la pasión nunca es, en realidad, como se la inventa. Y un día la flota de recuerdos naufraga en la noche, en el agua oscura de la desmemoria y, cuando una deja de sufrir, ya ha olvidado. Y, con un poco de suerte, también ha aprendido.