A Vicente Parra, oficial instructor de la Ertzaintza, con sede en el barrio del Antiguo de San Sebastián, le son asignados dos casos aparentemente muy diferentes. La diseñadora de moda Elena Castaño ha sido salvajemente apuñalada en su mansión y aunque los indicios apuntan a un robo, pronto queda claro que se trata de un crimen personal disfrazado de asalto. El otro caso es la muerte por insuficiencia renal y hepática de un joven llamado Cristian José, bedel en la universidad. La madre del joven sospecha que la muerte no fue natural pues ha encontrado importantes cantidades de dinero en efectivo en su casa y además llevaba últimamente un tren de vida que no se correspondía con su sueldo. Vicente pronto descubre que los sospechosos están todos relacionados con el mundo de la gastronomía, y más cuando la autopsia del cadáver de Cristian no ofrece dudas sobre las causas de su muerte.
Venía aquí casi todos los días y yo las oía charlar, y también reir. Eran muy buenas amigas. Se notaba. Elena era su confidente. Por eso maté a su hermana, no a Fátima. Siempre he pensado que matar a la persona que te ha hecho daño no tiene sentido. Ella deja de vivir y punto. El dolor lo sufren las personas que están alrededor. Para ella iba a ser el infierno. Lo sabía y se lo merecía.
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Apenas había hojas por el suelo. Sólo el manto de césped verde dejaba el color de la esperanza como único elemento de apoyo. La casa, con las persianas subidas somo párpados levantados dejando entrever sus ojos abiertos y atentos, cogía asiento para no perderse detalle. La mansión sabía que el comienzo del final de la obra estaba tomando forma y había decidido acomodarse para poder observar, desde primera fila, el desenlace final. El seto guardaba celoso el interior del escenario.
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