Vitoria, 2019. Los señores del tiempo, una épica novela histórica ambientada en el medievo, se publica con gran éxito bajo un misterioso pseudónimo: Diego Veilaz.
Victoria, 1192. Diago Vela, el legendario conde don Vela, retorna a su villa después de dos años en una peligrosa misión encomendada por el rey Sancho VI el Sabio de Navarra y encuentra a su hermano Nagorno desposado con la que era su prometida, la noble e intrigante Onneca de Maestu.
Unai López de Ayala, Kraken, se enfrenta a unas desconcertantes muertes que siguen un modus operandi medieval. Son idénticas a los asesinatos descritos en la novela Los señores del tiempo: un envenenamiento con la «mosca española» ―la Viagra medieval―, unas víctimas emparedadas como se hacía antaño en el «voto de tinieblas» y un «encubamiento», que consistía en lanzar al río a un preso encerrado en un tonel junto con un gallo, un perro, un gato y una víbora.
Las investigaciones llevarán a Kraken hasta el señor de la torre de Nograro, una casa-torre fortificada habitada ininterrumpidamente desde hace mil años por el primogénito varón. Pero el reverso de tanta nobleza es la tendencia de los señores de la torre a padecer el trastorno de identidad múltiple, un detalle que arrastrará a Estíbaliz a vivir una arriesgada historia de amor.
Unai López de Ayala acabará descubriendo que Los señores del tiempo tiene mucho que ver con su propio pasado. Y ese hallazgo cambiará su vida y la de su familia.
Nunca olvidaré cómo miraba aquella chica el ataúd de MatuSalem.
Esa incredulidad.
La quise mía.
La quise mía porque si pudiese volver a mirar así a la muerte significaría que no estaba acostumbrado a perder a tantos que ya no estaban.
***
[...] la Madre Tierra os protegió. Ella es otra diosa. La más importante, de hecho. Su nombre primigenio en estas tierras era Lur. Y a Lur le gusta tejer por las noches, subida a la Luna cuando está menguando. Es una hilandera del destino, teje los hilos del destino.
[...]
-Es lo que nos une a los tres, lo que nos convierte en familia. Se puede estirar, acortar o anudar, pero nunca se puede romper: Lur no lo permitiría. Ahora nos las vamos a colocar los tres y nuestras hebras van a quedar conectadas para siempre. Nunca te la quites. Si un día estás triste, acaríciala y piensa que papá y mamá también llevan una y que todos nos vamos a cuidar. Es lo que hacen las familias.
Alba me miró con una sonrisa, creo que un poco conmovida. Les coloqué las pulseras, me encantaba ver nuestras muñecas uniformadas.
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Esa incredulidad.
La quise mía.
La quise mía porque si pudiese volver a mirar así a la muerte significaría que no estaba acostumbrado a perder a tantos que ya no estaban.
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[...] la Madre Tierra os protegió. Ella es otra diosa. La más importante, de hecho. Su nombre primigenio en estas tierras era Lur. Y a Lur le gusta tejer por las noches, subida a la Luna cuando está menguando. Es una hilandera del destino, teje los hilos del destino.
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-Es lo que nos une a los tres, lo que nos convierte en familia. Se puede estirar, acortar o anudar, pero nunca se puede romper: Lur no lo permitiría. Ahora nos las vamos a colocar los tres y nuestras hebras van a quedar conectadas para siempre. Nunca te la quites. Si un día estás triste, acaríciala y piensa que papá y mamá también llevan una y que todos nos vamos a cuidar. Es lo que hacen las familias.
Alba me miró con una sonrisa, creo que un poco conmovida. Les coloqué las pulseras, me encantaba ver nuestras muñecas uniformadas.
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