El primer trago de cerveza es la narración breve, exquisita, de esas situaciones, comunes a todos, que, en los tiempos ajetreados en que vivimos, se deslizan sin que les prestemos atención y que, en cambio, encierran el germen del buen vivir. A Philippe Delerm, al parecer, no se le escapa una sola oportunidad de aprovechar esos momentos, y al hacerlo, incita al lector a reconocer en sí mismo cuáles son sus propios instantes de gozo. Si, por ejemplo, en una luminosa y fría mañana de invierno, a alguien le llena de placer salir a comprar croissants recién hechos, es muy probable que otros descubran que, en cambio, con lo que más disfrutan es con «el indecente placer de saborear un banana-split». ¡Tantos instantes, tantas pequeñas historias, tantos minusculos placeres, al alcance de todos y que, sin embargo, nos parecen tan ajenos!
No es tan fácil leer en la playa. Tumbado boca arriba, es casi imposible. El sol deslumbra, hay que sostener el libro muy alto encima de la cara. Se aguanta unos minutos y luego uno se vuelve. De lado, apoyado en un codo, con la mano pegada a la sien, sosteniendo el libro con la otra mano, pasando páginas, resulta también bastante incómodo. Se termina boca abajo, con los dos brazos doblados hacia delante. A ras de suelo, corre siempre un poco de viento. Los cristalillos micáceos se cuelan entre las tapas.
Lo importante no es lo que decimos, sino lo que oímos. Es increíble hasta qué punto la voz sola puede decirnos cosas de una persona querida -de su tristeza, su fatiga, su fragilidad, su vitalidad, su alegría. Sin gestos, desaparece el pudor, sobreviene la transparencia.