jueves, 16 de febrero de 2012

La habitación cerrada / Paul Auster

AUSTER, Paul. La habitación cerrada.-- Barcelona : Anagrama, 1998

El narrador y Fanshawe se conocían desde muy niños. Antes de cumplir los siete años ya se habían pinchado en los dedos con un alfiler y se habían hecho hermanos de sangre. Estaban siempre juntos, compartían los pensamientos, y era el rostro de Fanshawe lo que el narrador veía cada vez que apartaba la vista de sí mismo. Pero eso fue hace mucho tiempo, en el remoto territorio de la infancia. Después crecieron, fueron a distintos sitios, se distanciaron y ahora Fanshawe no es más que un fantasma que el narrador, un joven crítico y periodista que ha abandonado ya la idea de escribir un gran libro, lleva dentro de sí. Hasta que un día recibe una carta de la mujer de Fanshawe. Va a verla, descubre que su amigo ha desaparecido misteriosamente hace meses y ha dejado dos maletas llenas de manuscritos que nunca quiso publicar. Y un mensaje para su antiguo amigo, o quizás una misión: que sea él quien decida si su obra debe sobrevivir o ser destruida.

Amar las palabras, tener interés en lo que se escribe, creer en el poder de los libros, esto supera a todo lo demás, y a su lado la vida de uno se queda muy pequeña.

Leí el libro hace más de dos semanas y no me ha abandonado desde entonces. No puedo quitármelo de la cabeza. Me acuerdo de él una y otra vez, y siempre en los momentos más extraños. Al salir de la ducha, andando por la calle, cuando no estoy pensando conscientemente en nada. Eso no sudece muy a menudo, usted lo sabe. Lee uno tantos libros en este trabajo que todos tienden a mezclarse. Pero el libro de Fanshawe destaca. Hay algo poderoso en él, y lo más raro es que ni siquiera sé qué es.

viernes, 10 de febrero de 2012

La historia del Señor Sommer / Patrick Süskind

SÜSKIND, Patrick. La historia del Señor Sommer.- Barcelona: Circulo de Lectores, 1992

"Probablemente, yo no hubiera aprendido a montar en bicicleta de no haber sido absultamente necesario", recuerda Süskind como también rememora, con tierna ironia, el mundo fantástico de la niñez en donde la imaginación de un niño convierte en aventura los acontecimientos diarios, entre los que destacan los encuentros con el excéntrico señor Sommer.

Eran unos sueños muy bonito, no voy a quejame; pero no eran más que sueños y, como todos los sueños, no te llenaban. Yo lo hubiera dado todo por tener a mi lado de verdad a Carolina una sola vez y soplarle en la nuca o en algún otro sitio... Desgraciadamente, esto era imposible, porque, como la mayoría de los niños del colegio, Carolina vivía en Obernsee y yo era el único que vivía en Unternsee. Nuestros caminos se separaban casi en la misma puerta del colegio e iban alejándose uno del otro por la ladera de la montaña entre los prados y hacia el bosque, y antes de entrar en el bosque ya estaban tan lejos que yo ya no deistinguía a Carolina en el grupo de niños. Sólo podía oír su risa, a veces, cuando soplaba el viento del sur, aquella risa ronca llegaba muy lejos sobre los campos y me acompañaba hasta casa. Pero, ¿cuándo había viento del sur en nuestra región?
***
Lo que me enfurecía, lo que me hacía temblar de rabia, no era la bronca de la señorita Funkel, ni las amenazas de paliza y castigo. No era miedo. Era el desolador descubrimiento de que el mundo era un asco, de que todo era maldad e injusticia. Y la culpa la tenían los demás. Todos los demás. Sin excepción. Empezando por mi madre [...] y terminando por el Buen Dios, sí, hasta el llamado Buen Dios que, para una vez que lo necesitabas y le pedías ayuda, no se le ocurría nada mejor que guardar un silencio cobarde y dar curso libre al injusto destino.

lunes, 6 de febrero de 2012

La casa de los amores imposibles / Cristina López Barrio

La casa de los amores imposibles / Cristina López Barrio.-- Barcelona: Plaza & Janes, 2010

Las mujeres Laguna han cargado con una terrible maldición desde el principio de su linaje: una tras otra sufren de mal de amores y sólo dan a luz niñas que perpetúan esta cruel herencia. Pero cuando después de décadas de pasiones prohibidas y amores trágicos nace el primer varón, se abre la puerta de la esperanza. ¿será éste el fin de la maldición?

Amaneció más temprano que otros días de aquel invierno que muy pronto se convertiría en primavera. Quizá el sol, tras el suicidio de la luna, no quería dejar más tiempo huérfano al mundo.

Paseaba a diario por la avenida de los Campos Elíseos, por los alrededores de la Torre Eiffel y del demoledor edificio de Los Inválidos, aferrando un periódico o una revista en una lengua que no entendía. La nostalgia de la tumba de Esteban la llevó a vagar desde la apertura hasta el cierre por las avenidas empedradas y pendientes del cementerio de Père Lachaise. Le fascinaban los panteones, las esculturas que adornaban las tumbas ancladas en una vegetación exuberante. [...] También se dedicaba a visitar el Lovre y las galerías de arte que le recomendaba Margarita, y al atardecer se sentaba en algún café de Montmartre, cerca de la ventana, para admirar las cúpulas del Sacré Coeur o los dibujos de los pintores apostadops en la plaza, y sentía la mirada de París sobre la suya.