La inexplicable desaparición del gentleman Atticus Craftsman en el corazón de las tinieblas de la España profunda parece estar relacionada con las malas artes de cinco mujeres desesperadas, las empleadas de la revista Librarte, capaces de cualquier cosa con tal de conservar su trabajo. El inspector Manchego será el encargado de desenredar una trama en la que la comedia romántica se mezcla con el drama más tierno, la intriga policíaca desemboca en el mayor hallazgo literario de todos los tiempos, lo difícil se vuelve fácil y los problemas se ahogan en un mar de lágrimas... de risa. Todo esto para terminar descubriendo, qué cosas, que el amor lo explica todo. AVISO PARA LECTORES: Esta novela puede afectar seriamente su percepción pesimista de la realidad. Provoca carcajadas y ganas de más. Sus personajes son como los hijos: cuanto más tropiezan, más se les quiere. Cuidado con sus corazones: les pueden entrar ganas irrefrenables.
Contaba con una biblioteca de caoba que conservaba más de ocho mil volúmenes encuadernados en cuero, algunos de los cuales era auténticos tesoros. Aquél fue el lugar preferido por Atticus para pasar los solitarios días de encierro, viendo llover por las ventanas, recordando a Lisbeth, alimentando el fuego y curioseando entre aquellos libros, que, hasta el momento, sólo le habían parecido objetos de adorno. Descubrió filosofías antiguas, mentalidades vanguardistas, grabados valiosísimos, postales en blanco y negro de lugares ya inexistentes, perversiones asombrosas, vidas de santos, Byron, Keats, Beckett, todos mezclados en su biblioteca y en su cabez, en una amalgama de miel y limón.
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El alma no tiene peso. Eso es una mentira inventada por un productor de Hollywood para dar nombre a una película. No tiene peso porque no es de este mundo. Como el amor o el dolor. Es el continente de todas las grandezas que hacen al ser humano parecerse un poco a Dios.
Sin embargo, Asunción escuchó perfectamente el ruido que hizo su alma al caer al suelo. Sonó como un cacharro de acero inoxidable rebotando por los escalones de la cocina.
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A eso de las nueve de la noche, después de haberlo intentado primero con Shakespeare, luego con Stendhal, después con la Brontë, para acabar refugiándose, a la desesperada, en los brazos de Corín Tellado, sin éxito, Berta Quiñones se reconoció a sí misma que hay disgustos que no se curan sólo con los libros.