Este es un libro escrito para mujeres, una invitación a hacer un alto en el camino para reflexionar sobre el papel de madre, con sus luces y sombras emergiendo en forma de volcanes emocionales.
Muchos aspectos ocultos de la psique femenina se desvelan con la presencia de los hijos. Si estás dispuesta a vivirlo y encuentras ayuda y sostén para enfrentarte a ello, pueden ser momentos de revelación y de experiencias místicas. También es la oportunidad para cuestionar las ideas preconcebidas y los prejuicios que existen sobre la maternidad, la crianza de los niños, la educación y las formas de crear vínculos con los hijos.
Habla de manera sincera sobre temas que hasta ahora parecían indefinibles: los estados alterados de conciencia de los meses posteriores al parto, los campos emocionales que desarrollamos al relacionarnos con el bebé, la locura permanente de no reconocerse a una misma... Su objetivo es crear un espacio sincero de encuentro entre mujeres y facilitar el intercambio, la comunicación y la solidaridad.
Todas las madres tenemos motivos presentes o pasados para llorar, para enfadarnos, para sentirnos perdidas o desdichadas. No hay alternativa. El encuentro con nuestras partes ocultas se realizará, pero es nuestra la decisión de hacerlo con apertura de espíritu o con toda la potencia de nuestra negación.
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"niños que no tienen límites", pero luego resulta que pasan todo el día en una guardería muy exigente donde no se sienten a gusto, lloran cada mañana y, cuando vuelven a su casa, se encuentran con padres agotados por el trabajo y las preocupaciones. Según las posibilidades de cada familia, es necesario tener en cuenta qué le pasa al niño y facilitarles la vida si eso está a nuestro alcance. Somos demasiados rápidos para negarles lo que sea, sin detenernos a pensar por qué necesita lo que necesita.
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La integridad emocional se construye en la infancia. El cansancio extremo es destructivo para el campo afectivo de los niños. Merecen que nos preguntemos qué mundo afectivo queremos para ellos.
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El acercamientos a la verdad personal necesita un recorrido sostenido por la genuina intención de conocernos más, hacernos cargo de nuestra vida, de nuestras elecciones y destino. La verdad siempre va precedida de la palabra "yo". Porque la verdad es personal, responde a lo que me pasa, lo que siento, lo que deseo. No es una opinión, ni está supeditada a lo correcto o incorrecto. [...] La búsqueda de la verdad necesita ayuda. Creo que es la esencia de cualquier emprendimiento terapéutico u otro acercamiento al campo espiritual de cada uno.
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... los adultos solemos decidir qué situaciones es conveniente aclarar con los niños y cuáles no les incumben. En mi experiencia profesional constato cada vez con mayor claridad que no hay situaciones del mundo emocional de los mayores que no competan a los niños. Están emocionalmente involucradísimos, aunque nos hagamos los distraídos.
Y en este punto nos encontramos con dos problemas: cómo reconocer lo que nos pasa; y cómo hablar con los niños sobre lo que nos pasa (de verdad)
El primer problema es el más difícil, porque requiere el máximo de conciencia y de conocimiento de sí mismo. Se supone que de eso se trata el trabajo de todo profesional que realice una asistencia terapéutica: acompañar y favorecer la interrogación profunda de cada persona, velando para que siempre se cuestione a sí mismo y no a los demás; y conectándose con la verdad más profunda de su corazón, la reconozca, la acepte y sea capaz de nombrarla con palabra.[...] Y la verdad no es bonita ni fea, simplemente es [...] Cuando valoramos ciertas situaciones como "negativas" o "dolorosas", los adultos no soportamos nombrarlas. Al no contemplar nuestro corazón, no logramos respetas nuestras limitaciones y nos engañamos llenando el vacío del alma con medicinas equivocadas.
Entonces, no es posible hablar "con la verdad" a los niños si no somos capaces de hablar con nosotros mismos. Y para ello es indispensable conectarse con la criatura íntima y única que vive en nuestro interior. Ser lo que somos.
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Solemos determinar que un niño no tiene límites cuando "pide" de manera desmedida o cuando su movimiento constante nos distrae y nos reclama atención. Sin embargo, antes de juzgarlos o rotularlos en su comportamiento, tratemos de ponernos en su lugar, de imaginarnos en su cuerpo y en su confusión, en la imposibilidad de comunicar lo que genuinamente necesita. [...]
El tema de los límites -como se lo entiende vulgarmente- es un problema falso, ya que no se refiere a la autoridad o la firmeza con que decimos no. Al contrario, tiene que ver con acordar entre el deseo de uno y el deseo del otro, con sentido lógico para ambos. Y para ello se necesita capacidad de escucha, una cierta dosis de generosidad, reconocimiento de las propias necesidades y, luego la comunicación verbal que legitima y establece lo que estamos en condiciones de respetar sobre el acuerdo pactado.
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Los adultos partimos del preconcepto de que un niño necesariamente va a estar celoso del hermano que nace. Entonces, cualquier actitud, molestia, tristeza o conducta va a desembocar en la interpretación esperable de los celos. Sin embargo, se aprende a estar celoso (a restar) o se aprende a amar (a sumar) según los modelos de comunicación. [...]
Antes de especular sobre los niños, es necesario revisar y reconocer los propios sentimientos ambivalentes que genera el nacimiento de otro hijo [...] "El corazón de las madres se multiplica con cada hijo que nace"(Françoise Dolto). [...]
A veces, la sensación de placer está unida con el miedo, la alegría a la preocupación, etcétera. Estos sentimientos contradictorios son legítimos. El problema radica en que tendemos a reconocer en nosotros mismos sólo los aspectos positivos de ellos, endosando a nuestros hijos mayores los negativos. [...]
Comprendiendo que se trata de un funcionamiento familiar, sería más saludable que todos nos hiciéramos cargo de la parte de alegría y de la parte de frustración que le toca a cada uno con el nacimiento de un nuevo miembro de la familia. Porque todos tenemos derecho a sentir lo que sentimos: las madres también tenemos rabia o desamparo aun en los momentos que juzgamos más felices. Sólo así podremos permitir que nuestros hijos mayores estallen de alegría aun cuando esperamos de ellos lo contrario.
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