jueves, 25 de noviembre de 2010

Las hijas de Hanna / Marianne Fredriksson

Las hijas de Hanna / Marianne Fredriksson. -- Barcelona : Emecé, 1998

En una fría habitación de hospital, frente al lecho de su madre que
yace senil en el ocaso de la vida, Anna es consciente por primera vez
de lo poco que conoce a su progenitora. Decide pues, valiéndose de
unos diarios y unas fotos de familia, emprender un viaje hacia el
pasado con la intención de descubrir los hechos más importantes que
determinaron la existencia de Johanna y de Hanna, madre y abuela, en
busca de esas señas ocultas, esos códigos secretos que, pasando de
generación en generación, modelan nuestra identidad sin que apenas
tengamos conciencia de ello.
Y lo que empieza siendo pura curiosidad se transforma pronto en acuciante necesidad, pues Anna comprende que sólo así podrá reconciliarse con su pasado y encontrar la estabilidad que le permita solucionar los problemas que la aquejan.
Con una inusitada capacidad de implicar al lector en los avatares de sus personajes, Marianne Fredriksson ha compuesto una bella historia acerca de los conflictos, sinsabores y alegrías de tres mujeres escandinavas –abuela, madre e hija– representativas de tres épocas muy distintas en la evolución de la historia europea contemporánea. Plena de sentimientos y confesiones que nacen de la introspección, Las hijas de Hanna es un intento sincero y valiente de romper esas
barreras intangibles que, erigidas involuntariamente entre padres e hijos, son causa con demasiada frecuencia de un profundo sufrimiento moral.

Mi vida se divide en dos mitades. La primera mitad duró ocho años infantiles,y, por consiguiente, es igual de larga que los otros setenta restantes. Cuando rememoro esta segunda mitad, encuentro en ella cuatro incidentes que hicieron de mí otra persona.
El primero fue cuando una mano invisible me impidió abrir una puerta. Eso fue un milagro, y me devolvió la claridad mental.
El segundo incidente decisivo tuvo lugar cuando encontré un trabajo que me gustaba, y me volví autosuficiente, y me hice del Partido Socialdemócrata.
Luego, el amor y el matrimonio.
El cuarto incidente fue cuando di a luz a mi hija, y le puse el nombre que tenía la vieja comadrona de Agua del Norte. Y cuando mi hija, por su parte, tuvo también hijos, porque entonces me encontré también con nietos.
Lo que ocurrió entre estos sucesos fue lo normal en la vida de las mujeres: mucha inquietud, trabajo duro, grandes alegrías, muchas victorias, más derrotas. Y también, por supuesto, la tristeza, que siempre subyace en todo.
Me pensado mucho en la tristeza. Es de ella de donde nace la intuición y el deseo de cambiar. No llegaríamos nunca a ser humanos si no hubiese tristeza en nuestra vida, en el fondo mismo de nuestro ser.

[...]

¡Selma Lagerlöf, nada menos! Mi amiga Aina había leido algo sobre ella en el periódico, y sacado de la biblioteca pública uno de sus libros: El anillo de Löwenskjöld. Lo leímos las tres, lo dejamos hecho unos zorros de tanto leerlo, igual que nos había pasado con los zapatos de tanto bailar el verano del tricentenario. ¡Santo cielo, qué impresión tan tremenda nos hizo!
Yo creo que a mí me impresionó porque me reconocí en ese libro, y vi en él toda la fascinación de la infancia. Lo leí y lo leí y lo volví a leer, y lo releí, y el mundo se me volvió del revés.[...] Fui ahorrando parte de mi sueldo, semana tras semana, para comprar todos sus libros a plazos en la librería Gumpert, en tomos muy bonitos, encuadernados con lomo de cuero. ¡Dios mío, y qué orgullosa me sentía yo de aquella pequeña colección cuando los veía todos juntos en mi pequeña estantería!